¿EN QUÉ
CONSISTE ARGUMENTAR?
Todos sabemos intuitivamente que argumentar es aportar razones para defender
una determinada idea. En ocasiones, esa idea corresponde con nuestro propio
punto de vista, pero esto puede no ser así. Lo que sí es cierto que cuando nos
plantean una cuestión y esta nos convence o poco o nada sin darnos cuenta mentalmente
nos preparamos para aportar diferentes razonamientos (argumentos) que persiguen la finalidad de “discutir” esa idea.
Lo que nos proponemos cuando algo que se dice no
nos convence es demostrar varias cosas posibles: que lo que se sostiene no es
verdadero o que nos desagrada o que no posee rigor científico o que es
demasiado generalizador o una serie de cuestiones más por las cuales nos vemos
impulsados a REBATIRLO. Lo cierto, como dijeron algunos estudiosos del tema, es
que nos pasamos la vida argumentando porque nuestro propósito es siempre el de convencer
al otro de que lo que nosotros pensamos es siempre lo correcto y de que somos
portadores de la razón y la verdad, de “nuestra” razón y “nuestra” verdad. El fin
es muy claro: llevarlos a nuestro terreno, persuadirlos de que piensen como
nosotros. Y, para resultar convincentes, no nos queda otra que hacerlo con
argumentos sólidamente construidos y lo suficientemente creíbles como para
arrastrar a nuestro interlocutor hacia la postura que defendemos, es decir, hacia
nuestra TESIS.
En la argumentación resulta eficaz la utilización de dos métodos para CONTRAARGUMENTAR, es decir, para contrarrestar los argumentos del adversario:
PRIMER MÉTODO: Si lo que pretendemos es demostrar que nuestro
contrario no tiene razón, que no nos convence lo que dice o que la tesis que él
sostiene es falsa, lo que estaremos haciendo será una REFUTACIÓN. Por qué,
porque refutar es rechazar, es contradecir. EL OBJETO PRINCIPAL DE LA REFUTACIÓN ES DEMOSTRAR LA POCA CONSISTENCIA DE LOS ARGUMENTOS DEL CONTRARIO Y REBATIRLOS CON LOS PROPIOS.
LA SEGUNDA TÁCTICA es la CONCESIÓN AL ADVERSARIO, según la cual se admite momentáneamente el argumento del contrario para después presentar objeciones (rechazos).
Hemos de tener en cuenta, tal y como he dicho al
principio, que no siempre las argumentaciones se mueven en el terreno de las
creencias, las opiniones personales, los valores ideológicos, las preferencias
estéticas y los sentimientos, propios o ajenos, es decir, en el terreno de la
subjetividad (ARGUMENTACIÓN SUBJETIVA), sino que existe una argumentación
propia de los temas científicos, que, necesariamente, debe ser objetiva
concluyente, definitiva y apoyada en fuentes documentales. Por qué, porque los
razonamientos de los que provienen y los datos que se utilizan y las
conclusiones a las que se llegan se pueden comprobar experimentalmente. Esto
quiere decir que nos encontramos, pues, ante una ARGUMENTACIÓN OBJETIVA.
Os propongo este vídeo muy corto que concreta
algo más esto que estamos tratando: el hecho de APORTAR ARGUMENTOS PARA
DEMOSTRAR QUE UNA DETERMINADA IDEA (TESIS) ES VERDADERA O POSIBLE.
Tal y como he apuntado antes, en la vida
cotidiana y en el debate cultural, social y político, argumentar es intentar
convencer o persuadir al otro. En muchas ocasiones no importa demasiado si
aquello que se dice es absolutamente cierto o contiene algo de falsedad.
Los
argumentos que aportamos en determinadas situaciones comunicativas son en
muchas ocasiones opiniones, creencias, valores ideológicos, sentimientos,
referencias o datos que creemos “razonables” y cuya validez depende de la propia
situación o de la credibilidad o confianza que no dé la persona que está
argumentando. Por lo tanto, las conclusiones que resulten no pueden ser
consideradas “verdades incuestionables”, sino tan solo posibles, probables o
convenientes.
Ante este tipo de argumentación, debemos
mantenernos en estado de alerta y nuestra postura debe ser muy crítica, porque no
siempre los argumentos que presentan nuestros oponentes son razones de peso que
se puedan comprobar, sino que son falsos argumentos, FALACIAS que solo
pretenden arrastrarnos y convencernos de una tesis.
Os propongo estos vídeos con ejemplos concretos para
que comprobéis qué son realmente las falacias y lo habituales que son en
nuestro entorno. Tanto que las estamos utilizando de forma continua, la mayoría
de las veces de forma inconsciente.
Después de ver los vídeos, podrás entender mejor
que una falacia es, pues,
un razonamiento no válido o incorrecto, pero con apariencia de
razonamiento correcto. Es un razonamiento engañoso o erróneo (falaz), pero
que pretende ser convincente o persuasivo.
Te habrás dado cuenta también después
consultar toda la información que en discusiones por Internet, en discursos
políticos y en anuncios comerciales, las falacias se usan para convencernos de
cosas que no son necesariamente ciertas (volvemos a lo apuntado al principio).
Así, por ejemplo, se argumenta de una manera falaz cuando en vez de
presentar razones adecuadas en contra de la posición que defiende una persona,
se la ataca y desacredita (ad hominum):
se va contra la persona sin rebatir lo que dice o afirma, se la desacredita.
No debemos confundir validez y verdad, como ya hemos visto y las falacias se caracterizan
porque algo falla en el razonamiento mismo. Así, En algunos casos, el problema
es la ambigüedad de algunos términos, que nos permite en ocasiones utilizarlos con dos sentidos distintos en distintas premisas, con lo
que al final llegamos a una conclusión disparatada.
Otras
veces, en cambio, lo que están mal son las premisas (partimos de premisas
falsas que nos parecen verdaderas). Finalmente, hay veces en que lo que está
mal es la relación misma entre las premisas (que no es lógica).
Los
griegos distinguían entre los paralogismos y los sofismas. Ambos serían tipos
de falacias, pero mientras que en los primeros el razonamiento es incorrecto
por error o ignorancia (falacia proviene de "fallo"), en los segundos
hay una intención inequívoca de engañar a nuestro interlocutor.
Dentro
de las falacias podemos distinguir también entre las llamadas falacias formales y las falacias informales o materiales.
Llamamos falacias formales a aquellas en las que lo que falla es la forma del
razonamiento, que parece correcta, pero no lo es. Mientras que las falacias
informales (o materiales) serían argumentos convincentes pero intencionadamente
incorrectos (por defectos de expresión o por la constitución misma del
razonamiento).
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